jueves, 13 de septiembre de 2012

Hombres como gatos



  Creo que me he vuelto loco. Me ha dicho el psiquiatra que la serotonina es la causante de éstas sensaciones mías de ver el mundo escapar tras la cristalera de mi despacho. En un piso treinta y dos.

No entiendo cómo es posible que mi cerebro juegue así conmigo, al ratón y al gato. Pero lo trágico es que ahora me siento ratón, y al gato se le estiran los bigotes y me amenaza cada día con sus uñas afiladas y nerviosas, cuando a lo largo de toda mi carrera el felino he sido yo, y eran los ratones de mi empresa los que salían despavoridos por los pasillos, escondiéndose en sus agujeros, al verme salir por la puerta de mi despacho. Yo los olisqueaba con mis hocicos inquisidores y ellos corrían a sus cajitas y a sus monitores, sin pestañear y con el rabo entre las patas. Me acercaba a ellos estirándome la corbata y los puños de la camisa sin que ninguno se atreviese a levantar un ojo de los índices Dow Jones, Nikkei, Dax 30, o simplemente de nuestra bolsa ramplona del Ibex 35. ¡Qué tiempos aquellos! Apenas ahora tengo beneficios para unas migajas de queso que no dan ni para pagar los sueldos de tres de los mejores roedores que he podido mantener, tras despedir a todos los demás.
Odio la serotonina. Neurotransmisora repulsiva de mi cerebro. La ha cogido manía, con lo bien que he estado siempre. Por qué tiene que mandar una información errónea a la siguiente neurona para que todas conspiren en mi contra y se revuelvan haciéndome la vida, la vida imposible.

Y por su culpa, cada vez que miro hacia el vacío de la ventana, llegan a mi mente aquellos cuerpos cayendo desde las torres gemelas. No me puedo quitar de la cabeza la tragedia del once de septiembre. Once años ya. Hay que ver cómo pasa el tiempo. Será porque mi oficina está en una planta treinta y dos y la agorafobia coincide con el descenso de los niveles de serotonina. Será guarra. Desde que me he tropezado con ella, agazapaba en la crisis bursátil, me invaden ese tipo de pensamientos suicidas que acaban con uno. Lo sé. Y cómo no, ha que ser de género femenino; no serotonino, ni serontonio, ni serojuan, que suena a colega descolgado de todas las stock options que me ha quitado el consejo de administración por culpa, sin duda, de esos malditos roedores que me han llevado a la ruina con su mal ojo y su falta de previsión.

Menos mal que el extintor de detrás de la puerta de mi despacho me puede hacer el favor, en cualquier momento, de romper la cristalera y demostrarle al presidente de la compañía de que los gatos sabemos perder como hombres.


Madrid, once de septiembre de 2012