lunes, 8 de junio de 2015

El Madrid de la II República en la novela Cuando estábamos vivos

El Madrid de la II República, de Mercedes de Vega
Cuando estábamos vivos
y el Madrid de la II República

"Acaba de publicarse una edición especial con un suplemento en el que narro la relación de la obra con el marco histórico en el que intentan sobrevivir los personajes de Cuando estábamos vivos". 

La II República es el espacio temporal de la trama de Cuando estábamos vivosEl final de los años 20 y la crisis del 29, da comienzo a una década transcendente para Europa. El golpe de estado militar, la resistencia de Madrid a caer en el asedio y el comienzo de la Guerra Civil, son los sucesos que empujan a los protagonistas de mi novela a su catarsis personal. El ambiente, una vez más, como personaje poderoso que modifica las vidas y el destino de todos los que deambulan por las páginas del relato y, que a su manera, intentan sobrevivir  y cambiar el curso de los acontecimientos.

La época no fue una elección elegida desde el principio, cuando comenzaba a desarrollar la novela en mi cabeza; llegó después, al escribirla. Intentaba narrar la muerte de un personaje; eso es lo que quería escribir; el resto fue apareciendo poco a poco. Y como ese personaje existió en la realidad y quería darle vida y ser fiel a su época, debía contextualizarlo, recrear todo su mundo y su historia, y su contexto vital. Y ese contexto era el la II República. Así que puse a trabajar a toda una época para que diera forma a todos los avatares que narro en mi relato y hacer de él un territorio de leyenda y de símbolos que me permitiesen reelaborar una genealogía familiar, épica y legendaria, como las que se forjan en los tiempos de grandes crisis sociales.

La II República fue etapa de ruptura y cambio, pero también de diversión, de libertad, de toros, de teatros, de cines y de opinión desenfrenada en los cafés y los hogares. De la bohemia a la tradición, de los barrios nuevos a los extrarradios más allá del ensanche. De un urbanismo que explota a una efervescencia estética que transforma la ciudad para elevarla a la modernidad y acabar con la hacinación y las penosas condiciones de vida. De un nuevo siglo de avances tecnológicos y nuevas corrientes artísticas e innovadoras. La época de vanguardias de Dalí, Picasso, Miró y Buñuel. Una generación que fraguó la identidad moderna de España.

Y si nos preguntamos por qué Madrid es el escenario de la novela, contestaría que a la ciudad de Madrid se adscriben mis protagonistas porque Madrid es mi ciudad, la ciudad de mis padres y en la que acontecieron los hechos que narro.

Porque el Madrid los años 20 y 30 era la esperanza, la modernidad, el futuro, las oportunidades. También lo eran Barcelona, Bilbao, Valencia, Sevilla… y sus cinturones industriales a los que acudían miles trabajadores de todos los lugres de España.

Madrid, junto a las principales ciudades españolas, era el espacio de representación de la vida de la élite política, social, artística y cultural; y también de sus antagonistas: los desheredados y los disidentes. Hombre y mujeres expulsados del campo y de la tierra, con la miseria a cuestas, las manos vacías y los ojos grandes que llegaban a Madrid en busca de trabajo, de un futuro digno, urbano, cosmopolita, libre; un bienestar que no encontraban en sus lugares de procedencia, en el espacio rural, acaparado por el antiguo régimen del caciquismo y la falta de innovación, sumido en el atraso.

La gran ciudad como la ilusión en la que comenzar la construcción de una esperanza, como ocurría en todas las urbes europeas, receptoras de inmigración rural y también extranjera.
Madrid duplicó su población en los primeros treinta años del siglo XX. La mayoría de las las capitales de provincia vieron incrementadas con rapidez sus poblaciones. Con ello, la diversidad cultural de su habitantes pone en marcha la necesidad de un cambio en la estructura económica y social. La necesidad de una vida mejor generó un profundo deseo de cambio que nacía espontáneamente. Ese anhelo de cambio está representado en la novela a través de Francisco Anglada. Ellos provienen del sur de Aragón y personifica a una burguesía ilustrada que nunca llegó a hacer su revolución francesa.

Madrid de la II República, de Mercedes de Vega
Pero Madrid no pierde su identidad con los flujos migratorios. Se reafirma así misma como un espacio de diversidad humana en la que no se rechaza a nadie ni se pide nada a cambio. Todos los que llegan la hacen suya. Madrid se deja querer y amar por los que llaman a su puerta, con las manos vacías o llenas. Y todos se la diputan y la afirman para hacerla suya, como a una gran amante, como la propia Lucia Oriol y Francisco Anglada que hacen de Madrid su amor, su refugio y su tragedia. Madrid da carta de ciudadanía a todos sus habitantes; a los que viven en grandes casas y palacios pero, también y, sobre todo, a los que llegan a las pensiones, a las buhardillas, a las casas de corrala y a los sotabancos, como "la mujer de los pechos vacíos" con la que termino la novela.

Mis personajes, como el Madrid de la República, desean borrar de la geografía de la ciudad la visión barojiana que continúa en los años 30. El autor escribe en 1903:

… Madrid está rodado de suburbios, en donde viven peor que en el fondo de África un mundo de mendigos, de miseria, de gente abandonada…

Baroja, Pío: "Crónica: Hampa". El Pueblo Vasco, 18-IX-1903

Cuando estábamos vivos lleva el impulso del Madrid de la literatura de la generación del 98 con vocación europeísta de Pio Baroja, Azorín, Valle Inclán y Unamuno. Pero tampoco olvida a los castizos madrileñistas como Carlos Arniches y Ramón Gómez de la Serna. Éste inaugura la tertulia literaria en el café Pombo de las vanguardias artísticas del periodo de entreguerras. Escribe Ramón Gómez de la Serna, en Nostalgias de Madrid:

Madrid es tan novelesco, que su novela perfecta es la de lo insucedido.

Es la época en que asistimos al renacimiento del arte y de la literatura con el impulso innovador y vanguardista de la llamada "Edad de Plata" que pone el broche de oro al Madrid literario y artístico de la España de la II República.

Todos hicieron de Madrid su escritura. Ciudad sedienta de todas las estéticas y todas las filosofías, con un inmenso amor por la vida. Desde los cafés literarios, la Residencia de Estudiantes y el Ateneo, las grandes voces de la literatura española escribían su identidad. Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Vicente Alexaindre, Federico García Lorca, Juan Ramón Jimenez, Max Aub… escriben en la geografía madrileña como en una hoja en blanco en la que dar forma el pensamiento libre, como el de Ortega y Gasset, Ginés de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza. La mayoría de los escritores de esta explosión literaria terminaron en el exilio, como León Felipe, o desaparecieron dramáticamente en el conflicto, como Lorca y Miguel Hernández. Ellos darán paso a la literatura de la desolación y de la añoranza, tras la Guerra Civil, la II Guerra Mundial y los estragos del fascismo.

Es también la España de 1934, cuando el Congreso aprueba el sufragio femenino, tras un caluroso debate en sus escaños entre dos diputadas, abogadas y feministas, que han logrado romper resistencias y llegar a lo más alto en la política: un escaño en las Cortes. Y son Clara Campoamor y Victoria Kent. La una a favor y la segunda en contra de otorgar el voto a la mujer, representan una muestra de los antagonismos de aquellos años agitados.

Y este es el contexto, el marco narrativo de la II República, que, junto al turbulento espacio político español, con de la huida de un rey y la caída de la monarquía, 26 gobiernos en 8 años de República, cuatro elecciones: una municipal y tres a Cortes Generales, y un golpe de estado militar apoyado por el fascismo de Italia y Alemania, conforma la génesis de Cuando estábamos vivos, que finaliza como la mismísima II República: con el levantamiento militar y la Guerra Civil que ya entra en Madrid por la Ciudad Universitaria y el Parque del Oeste.

Cuándo estábamos vivos, de Mercedes de Vega
He querido hacer de Madrid un territorio mítico porque en la II República la ciudad asienta su identidad moderna, como moderna es Lucia Oriol y la libertad con la que vive por todos los rincones de la ciudad. Una ciudad que cambia su fisonomía.

Desde principios de siglo, el nuevo urbanismo intenta racionalizar el trazado de las calles con nuevos edificios monumentales que dan paso a nuevos barrios. Como la Ciudad Lineal de Arturo Soria, ideada por el urbanista para la convivencia de todas las clases sociales en un entorno propicio a la vida higiénica y saludable. Es la ciudad de grandes arquitectos, como Antonio Palacios, que diseña el Circulo de Bellas Artes, El Palacio de Comunicaciones, el Gran Casino de Madrid, entre otros. Se construye la nueva Ciudad Universitaria (ya iniciada en 1927), diseñada por el equipo de López Sotero para sustituir a la antigua de la calle San Bernardo. Se proyecta el complejo gubernamental de los Nuevos Ministerios, encargado por el ministro de Obras Públicas Indalecio Prieto, en los terrenos del hipódromo, a Secundino Zuazo que diseña también la prolongación de la Castellana. De ese arquitecto bilbaíno es el Palacio de la Música y la emblemática Casa de las Flores (en el mismo barrio de Argüelles en el que residen los Oriol y los Anglada), y donde vivió Pablo Neruda por recomendación de su amigo Rafael Alberti, durante el tiempo en que fue cónsul de Chile en Madrid, entre el año 34 y el 36. En la guerra, la Casa de la Flores se encontró en el frente de batalla, sirvió de cárcel y de arsenal y dicen que el gran patio interior se convirtió en campo de fusilamiento.

Pero antes, la ciudad crece hacia los suburbios y arrabales que soportan la presión del cinturón periférico, donde se amontan los obreros sin trabajo en chabolas, descampados, a lado de los traperos como el de Tetuán de las Victorias. Y también se desarrolla hacía sus planificados ensanches racionalistas como la nueva colonia de El Viso y el Parque-Residencia, diseñadas por Rafael Bergamín, cercanas a los altos del hipódromo, para alojar a una clase media que ansía crecer y consolidarse.

Madrid se transforma y sus habitantes con ella, al igual que Cuando estábamos vivos transita por esta época hacia otra bien distinta.

En este entono se fragua la historia y la trama de la novela, y toman vida y acción todos y cada uno de sus protagonistas. Ellos se mueven por los parques, cafés y callejones. Por esas calles estrechas, como la del Príncipe, en la que se inaugura en 1917 la primera sinagoga da Madrid, en un piso particular. La II República continuó con la política filosefardita comenzada por el senador Ángel Pulido y Alfonso XIII, y acogió en España alrededor de 3.500 judíos refugiados del nazismo. Otros llegaron antes, con la depresión del 29 y los pogromos europeos. Algunos judíos del Protectorado y del Mediterráneo se instalaron en España con la llegada de la República. Pero para las órdenes religiosas no corrían buenos tiempos.

También Cuando estábamos vivos es el Madrid de los hospicios y de los hospitales de beneficencia, con sus más de 45.000 niños sin escolarizar en 1931.Donde las obras de caridad y filantrópicas se solapan con los esfuerzos de los gobiernos para terminar con una población sumida en la pobreza.

Y este es el relato de la ciudad que hoy heredamos y que testimonio en las páginas de esta novela. 79 años después, solo aspiro a que el lector haga suya por un instante la historia de este libro, como mis personajes han tenido que hacer suya la época en que existieron, si alguna vez estuvieron vivos.


Madrid, junio de 2015


Mercedes de Vega
Cuando estábamos vivos, de Mercedes de Vega

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