martes, 27 de julio de 2010

Una mañana de verano en Berlin



Paseo por Berlín. Por la puerta de Brandemburgo, por el Checkpoint Charlie, entre los restos de muro pintados, entre calles con cruces blancas apostadas en las verjas de los parques que llevan un nombre que una vez perteneció a un hombre o mujer que intentó buscar la libertad, la emoción de ser dueño de su propio destino aunque ese destino ya estuviera escrito y sentenciado; da igual, todos tenemos derecho a creer que podemos escribir el nuestro y tenemos la obligación moral de huir de aquellos que intenten manipularlo.
Y me emociono y casi lloro, y ando y ando y veo los tranvías pasar a mi lado cargados de ojos y de bocas, y de brazos y piernas que no veo, y recuerdo el pasado de esta ciudad que está escrito en cada esquina, en mismo pavimento. Las bicicletas pasan veloces. El silencio de Berlín me sobrecoge. Dicen que los españoles somos muy bulliciosos, que por allá donde vamos se nos nota y nos miran con cierto desprecio por ello, pero el sonido de la voz humana me reconforta, me dice que lo que hay a mi alrededor es real y que existe. En esta ciudad no escucho más que el sonido lejano de las rudas de los autos y las bicis cuando surcan el asfalto. A la gente no se le oye, parece que sólo susurran, como las hojas de los árboles cayendo en el otoño del Tiergarten a los pies del Ángel caído. Pero no tengo pudor, y me adentro en tranvía hacia los profundos barrios del este. Aquí la cosa cambia, estoy lejos de la isla de los museos, del Bundestag, de la ciudad oficial y del Unter den Linden. La suciedad cotidiana y el malestar de la cultura se apoderan de los edificios, de las aceras y la calle, no veo ningún biergarten por más que los busco para tomar una cerveza. Y es que éstos berlineses que andan deprisa y van en bicicleta, se siguen pareciendo a los ciudadanos que quedaron tras el telón de acero. Un telón de acero invisible que se te mete en el alma cuando paseas por las calles de Berlín y piensas en lo que pasó aquí mismo, bajo mi apartamento no hace más de 60 años, construido sobre el búnker de Hitler donde se suicidó, bajo estos mismos edificios y las aguas tranquilas del Spree que serpentea la ciudad.

Esta mañana me despertaron unas voces que hablaban en inglés bajo mi ventana, era un guía americano en medio de un círculo de turistas que lo escuchaban con gravedad y atención, como si hablara de algo brutal, transcendente y verdadero. Nunca he visto a un grupo de turistas sentirse más partícipes de una historia que a éstos. Me metí para dentro, me até la bata, me desperecé, me preparé un café soluble y, con la taza en la mano, volví a asomarme a la ventana de mi habitación que da un jardincillo entre la Gertrud-Kolmar Straße y la An der Kolonnade. Me aposté sobre el alfeizar y me quedé observándolos. Sentí que ese grupo velaba por mantener vivo el recuerdo de un tejido subterráneo como un laberinto de muros de 4 metros de espesor construido en 1935 a quince metros de profundidad para servir de refugio antiaéreo a uno de los individuos más crueles de la historia del hombre. El Führerbunker era una estructura de habitaciones subterráneas al que se trasladó Hitler el dieciséis de enero del 45, casi al finalizar la guerra, y en el que vivió sus últimas semanas protegido de los continuos ataques sobre Berlín que la dejó enterrada en sus propios escombros, y en el que se suicidó junto a su mujer Eva Braun, justo antes de la entrada inminente de los rusos en la ciudad.

Escuchaba al guía que decía que los restos de ambos fueron sacados al exterior, ahí mismo, sobre un punto de tierra hacia donde miraban los turistas de pantalón corto y sandalias, y ahí mismo fueron quemados para evitar que los rusos apresaran sus restos. Vi que unos cuantos levantaban la cabeza y me miraron, no supe qué hacer con la taza de café en la mano. Escuché que este edifico tranquilo y compacto donde resido por unos días ha sido edificado sobre la Cancillería del búnker. El gobierno comunista que dividió la ciudad dinamitó el Führerbunker, dejándolo caer en el olvido en esta placita de jardines descuidados, hasta que hoy por la mañana me asomé para escuchar a estos turistas que me despertaron.

El verano de Berlín es fresco y me daba en la cara. Las grises estelas del monumento al holocausto asomaban a lo lejos como lápidas de titanes. Veía ya gente caminar entre ellas, a pesar de que eran las nueve de la mañana. Yo seguía atenta al guía que explicaba lo que ahí mismo sucedió hace sesenta y cinco años, justo bajo mi ventana. No quería escuchar lo que ya había leído, no quería saber que bajo esa placita de jardines desaliñados vivió Hitler sus últimos días. Estamos en 2010, en el euro, en la UE, nos creemos el ombligo del mundo, es occidente, nuestros valores democráticos nos protegen; o eso quiero creer. Vivo en un mundo tan ajeno a esa trágica historia de holocausto y de muerte, de un muro que separó a una ciudad y a todo un planeta en dos ideas irreconciliables, que siento vergüenza; no sé que he de sentir; y es que hoy diecinueve de julio de 2010, me parece un sueño macabro que nunca, nunca debió ocurrir; y que si no fuera por lo que es, por esos turistas rodeando a un guía con voz de pito, haciendo preguntas dolorosas, podría decir, que ha sido una terrorífica pesadilla de un sueño en el que nunca nos debimos dormir.
Me desperecé y me metí a la ducha para ir a ver a la bella Nefertiti.

viernes, 9 de julio de 2010

Nuestra invictus: ¿conseguirá la roja unir a la nación?




¿Será acaso nuestra selección de fútbol el Nelson Mandela de nuestro país? ¿Serán nuestros “Springboks” quienes consigan con sus victorias, pero sobre todo con su espíritu de unión bajo una misma bandera, lo que nuestra clase política intenta escondiendo la mano y tirando la piedra del nacionalismo separatista a todos los españoles?

Los jugadores de la selección española nos han dado una gran lección que nunca tendríamos que olvidar. Y es que han estado por encima de las miserias políticas, las disputas partidistas... y de la intolerancia de los nacionalismos que reivindican la separación de España. Los propios jugadores –la mayoría del Barça– han demostrado, con la frente muy alta, que España, somos todos.
Y se han partido el alma, y nos la han partido a todos, con esa lección que han dado a su país y al mundo entero de lo que debe ser un equipo. Porque cuando corrían por el campo de extremo a extremo no lo hacían sólo tras un balón, el balón era la excusa que los unía por una misma causa, quizás también por un honor manchado –aunque ya estemos muy acostumbrados los españoles a que nos lo ensucien, y muchos de nosotros seamos sus mejores abanderados– y motivados por una ilusión que va más allá de la victoria del propio juego y de las ganas de triunfo; y es que éstos deportistas, éste entrenador y éste equipo sabían perfectamente lo que significaba esa victoria, como el propio Mandela lo supo y fue capaz de construir un país destrozado por el odio.

No puedo evitar acordarme de la película Invictus de Clint Eastwood, basada en la novela Playing The Enemy: Nelson Mandela y The Game that Made a Nation, de Johon Carlin, y quedarme pensativa al ver este magnífico film que hizo posible que Morgan Freeman interpreta a un Nelson Mandela que sabía perfectamente que un partido podía unir a una nación. Qué pena que nuestros dirigentes políticos sean hombres de miras tan bajas –aunque algo han intuido, aunque sea para limpiar su imagen–. Y si un partido y un equipo fue capaz de unir una nación segregada por el apartheid a punto de una guerra civil, nuestros jugadores ayer también hicieron entender a este país, que algunos políticos intentan segregar, que nuestra nación está más viva que nunca, deseosa de una reconciliación, aunque a muchos se les atragantara la victoria de un equipo que nos dejó a todos con la boca abierta.
La categoría humana y la elegancia que han derrochado las dos selecciones nos ha asombrado a todos, y al igual que el español, el equipo alemán ha superado a sus políticos, como suele suceder en el deporte. Una vez más, el juego limpio y la deportividad se han puesto por encima y ha emocionado al mundo entero.


Y como aquel junio de 1995 en que Sudáfrica ganó el campeonato del mundo de rugby en el Ellis Park de Johannesburgo, España juagará el 11 de junio de 2010 en el Soccer City Stadium también en Johannesburgo. En el Soccer City dio Nelson Mandela su primer gran discurso tras ser liberado en 1990. Será el encuentro más importante de la historia de nuestro país, pues ya hemos ganado, nos pongamos o no por delante del marcador a Holanda, en el esfuerzo por haber dejado el orgullo de ser español donde no ha estado en su historia. Que tomen nota.

Y reivindico más que nunca el poema Invictus de William Ernest Henley:

"También nosotros somos los amos de nuestro destino: capitanes de nuestra alma".


Fuera de la noche que me cubre,
Negra como el abismo de polo a polo,
Agradezco a cualquier dios que pudiera existir
Por mi alma inconquistable.
En las feroces garras de las circunstancias
Ni me he lamentado ni he dado gritos.
Bajo los golpes del azar
Mi cabeza sangra, pero no se inclina.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
Es inminente el Horror de la sombra,
Y sin embargo la amenaza de los años
Me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
Cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.













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sábado, 3 de julio de 2010

Video: Borges y la ceguera. Conferencia de Jorge Luis Borges, el 3 de agosto de 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos Aires.



Borges era un erudito, un creador.... un sabio de la palabra. El testimonio de un gran genio de la literatura, que nunca escrubió una novela. "Por qué utilizar cuatrocientas páginas para decir lo que se puede escribir en diez", decía. Y él lo demostró con su maestria de la condensanción y el manejo del tiempo.

Bajo la luna
el tigre de oro y de sombra
mira sus garras.
No sabe que en el alba
han desrozado un hombre.

Fragmento del poema "Tankas".
J.L.B.